
El relato como campo de guerra: Querétaro, Sun Tzu y la estrategia del silencio
“Si haces que el enemigo no sepa dónde atacar, podrás vencerlo mil veces sin combatir.” Sun Tzu, El arte de la guerra
En la política contemporánea, los relatos no son adorno: son armas. No hay combate sin discurso, ni victoria sin control del sentido. En los sistemas democráticos, donde la legitimidad no se impone con bayonetas sino con símbolos, la narrativa política es el terreno donde se gana —o se pierde— el poder.
El pasado 12 de mayo, durante la conferencia matutina de la presidenta Claudia Sheinbaum, un periodista tomó la palabra. No reveló nada nuevo: relató lo que ya se sabía en Querétaro. Denunció fraudes inmobiliarios, despojos de tierra, inacción del gobierno estatal y recordó la venta múltiple de viviendas del Infonavit, un caso que el propio director del instituto había documentado tiempo atrás: una sola casa vendida hasta 294 veces.
Lo que cambió no fue el dato, sino el contexto. El relato se dijo en la mañanera. Y en narrativa política, el lugar desde donde se cuenta una historia modifica su potencia. No se trató de una revelación, sino de una resignificación simbólica. Los hechos, al ser nombrados desde el centro del poder, adquirieron fuerza institucional.
Lo llamativo no fue que se usara el término “Cártel Inmobiliario” —porque no se usó— sino que sus elementos estructurales fueron puestos sobre la mesa nacional. Esa etiqueta ya circulaba en Querétaro, impulsada por actores radicales de Morena. La mañanera no la adoptó, pero tampoco la desactivó. Bastó con que dejara fluir el relato para que se convirtiera en narrativa compartida.
Nombrar desde abajo, amplificar desde arriba
En teoría política, se distingue entre quienes producen relato y quienes lo institucionalizan. La narrativa del “Cártel Inmobiliario” nació en Querétaro como una forma de agrupar simbólicamente una red de poder, omisiones y privilegios. Pero fue la visibilidad nacional lo que le dio fuerza.
En términos de Sun Tzu, quien domina el terreno escoge el combate. Y en este caso, la mañanera se convirtió en tablero. No necesitó validar el concepto. Lo amplificó al dejarlo ser nombrado. Porque en política, quien pone la conversación, marca el campo de batalla.
Lo que cambia no es el dato, sino el marco
Los datos sobre los fraudes inmobiliarios eran públicos. Pero cuando se cuentan en un foro presidencial, ya no son hechos técnicos: son símbolos. Y los símbolos no explican, conmueven. No ilustran, conectan. En el tablero del poder, esa es la diferencia entre contar una historia… y hacer historia.
Este fenómeno es conocido como amplificación simbólica. No se trata de qué se dice, sino desde dónde se dice y cuándo. Y el 12 de mayo, lo dicho en Palacio Nacional reordenó el mapa político queretano.
La presidenta como juez de legitimación narrativa
La presidenta Sheinbaum no emitió juicio, pero habilitó la escena. No necesitó tomar postura: bastó con escuchar. En la lógica del agenda setting, lo que se visibiliza se valida. No se trata de respaldo político, sino de reconocimiento simbólico. De convertir un reclamo local en asunto nacional.
En ese acto, la presidencia se posiciona —no como autora del relato— sino como curadora del conflicto, como árbitro silencioso que decide qué merece ser contado en voz alta.
Diseminación transmedia: del relato a la emoción colectiva
Después de la mañanera, el relato no se quedó en la tribuna. Se volvió transmedia. Circuló en hilos, videos, memes, testimonios. Las víctimas tomaron la voz. Las redes multiplicaron el mensaje. El relato se descentralizó. Se volvió experiencia.
Y cuando una narrativa se siente —no solo se entiende— se transforma en dispositivo político. Ya no depende del periodista ni del presidente: es del pueblo que la hizo suya.
El error estratégico: el silencio en la era digital
Frente a esto, el gobierno estatal de Querétaro eligió el silencio. Ninguna narrativa alternativa, ningún vocero empático, ninguna reconstrucción simbólica. Nada. Solo vacío. Pero en política digital, el silencio no es cautela: es rendición.
Y más aún: el silencio se lo deja a la especulación. Y la especulación no espera pruebas: se alimenta de emoción, rabia, sospecha. Cuando no se responde, no solo se pierde autoridad. Se pierde el relato. Y con él, el control del sentido.
La ciudadanía como narradora del conflicto
Ante la ausencia institucional, fueron los propios ciudadanos quienes tomaron la palabra. Entregaron expedientes a la presidenta, acudieron al Senado, comparecieron en el Congreso, se manifestaron. Ya no hablaron como víctimas: hablaron como protagonistas del relato.
En la teoría narrativa, eso se conoce como empoderamiento testimonial. El sujeto ya no pide justicia: la enuncia, la exige, la cuenta. Y esa voz, cuando se escucha desde Palacio Nacional, ya no es queja: es símbolo.
El 2027: el campo de batalla ya se dibujó
Aunque nadie lo diga abiertamente, la disputa simbólica rumbo a 2027 ya comenzó. Y Querétaro —sin esperarlo— se convirtió en un escenario clave. La narrativa del “Cártel Inmobiliario” no busca culpables penales: cuestiona modelos de gobierno. No desafía programas, sino legitimidades.
Y en ese terreno, el PAN queretano llega sin estrategia narrativa. No ha disputado el encuadre, no ha explicado, no ha emocionado. Sun Tzu lo advertía: “Si tu enemigo no tiene plan, tú ya ganaste la mitad de la batalla.”
Epílogo: cuando el relato es poder
El 12 de mayo no fue un escándalo: fue una jugada. Mientras el gobernador Mauricio Kuri usaba su propia “mañanera” para jugar el juego de las corcholatas —dando venia para pintar bardas, recorrer el estado y derrochar recursos en precampañas—, en Palacio Nacional se trazaba el mapa del 2027. Ese día, dieron muestra de cómo se mueve una ficha en silencio y se captura una reina sin gritar jaque.
En el arte de la guerra, distraer al adversario es una maniobra clásica. Se le permite creer que controla el terreno… mientras el campo real de batalla se redefine a sus espaldas.
Por la emoción del juego de las corcholatas, sin un equipo profesional de comunicación política en Palacio de la Corregidora… no se dan cuenta.
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