La conquista de la calle: ajedrez político y la batalla por la legitimidad popular

La conquista de la calle: ajedrez político y la batalla por la legitimidad popular

 

“En el ajedrez del poder, solo quien conquista la calle con humildad merece mover las piezas del futuro.”

 

 

En política, como en el ajedrez, el tablero está lleno de trampas silenciosas. Cada movimiento, cada decisión, cada palabra tiene un eco en la conciencia social. No hay jugada neutra. En el ajedrez del poder, tan importante como controlar el centro es leer al adversario, anticipar los escenarios y, sobre todo, mantener la coherencia entre el discurso y la acción. Y en la política mexicana actual, el mayor tablero de juego no está en los pasillos del poder, sino en las calles: en las banquetas, en las asambleas populares, en los rostros cotidianos que exigen dignidad sin gritar.

 

La carta que Claudia Sheinbaum dirigió a la militancia de Morena el 4 de mayo de 2025 no es un documento cualquiera. Es un reposicionamiento estratégico. Una pieza central colocada con inteligencia en un tablero que se prepara, lentamente, para la siguiente gran contienda: la elección de 2027. Lejos de los reflectores y de los discursos triunfalistas, Sheinbaum lanza un mensaje cargado de advertencias, límites morales y una ruta ética que, en su esencia, recupera el corazón fundacional del Movimiento: gobernar con el pueblo y para el pueblo, sin intermediarios ni simulaciones.

 

La narrativa como instrumento de poder

 

Cada movimiento en política necesita una narrativa que lo sostenga. Pero no cualquier relato: uno que conecte con las emociones profundas, que resuene con la historia y que proyecte un futuro posible. Sheinbaum no solo habla de unidad, honestidad o austeridad. Habla de humildad real, de una ética que no admite excepciones. Y lo hace desde un lugar de autoridad moral, pero también de responsabilidad histórica. No hay espacio para el autoengaño: el poder corrompe si no se le encierra en una jaula de principios, y el Movimiento está en un punto de inflexión.

 

La narrativa que propone Sheinbaum es una jugada doble: busca blindar al Movimiento de los excesos del poder y, al mismo tiempo, reconectar con las raíces populares que lo hicieron invencible en su origen. No hay retórica vacía. Cada frase apunta a la necesidad de mantener la calle como territorio político. “Casa por casa”, escribe. No como consigna publicitaria, sino como metodología de legitimidad. Porque en la calle se gana algo que ninguna encuesta garantiza: la confianza real.

 

El tablero interno y los caballos desbocados

 

Como en toda partida compleja, no todas las piezas obedecen al diseño maestro. Hay caballos que saltan fuera de línea, que buscan atajos, que rompen la lógica del conjunto. Son los oportunistas, los que ven en el Movimiento una plataforma de ascenso personal. Contra ellos, la presidenta no declara guerra abierta. Pero establece límites simbólicos: no al lujo, no al sectarismo, no al uso de recursos públicos para fines personales. No lo dice con furia, sino con firmeza. Porque sabe que, si esa frontera se cruza, el Movimiento se vacía de sentido.

 

El manejo de esta crisis interna —silenciosa pero latente— no pasa por la expulsión ni la confrontación directa. Pasa por construir una narrativa que exponga la diferencia entre representar al pueblo y servirse de él. Sheinbaum no necesita señalar a nadie: su propuesta ética opera como espejo. Cada quien sabrá si puede sostener la mirada. Y quien no lo logre, quedará fuera del relato principal, aunque conserve el cargo.

 

La calle como tablero estratégico

 

La gran jugada, sin embargo, no está en los discursos. Está en la estrategia territorial. Sheinbaum lo sabe: el poder no se mantiene desde arriba, sino desde abajo. Y para asegurar la continuidad de la Cuarta Transformación más allá del obradorismo, se necesita recuperar el control simbólico y político de la calle. No con espectaculares ni campañas ruidosas, sino con presencia real. Escuchando. Caminando. Tocando puertas.

 

La elección de 2027 no se ganará con estructuras verticales ni con alianzas de élite. Se ganará si el Movimiento logra volver a ser lo que alguna vez fue: un instrumento del pueblo, no una franquicia electoral. Por eso, la presidenta insiste en las encuestas como método para elegir candidaturas, en las tómbolas para los plurinominales, en el rechazo a campañas de odio. No es idealismo: es estrategia. Y es también una forma de inmunizar al Movimiento contra la enfermedad del poder acumulado.

 

Epílogo: gobernar es volver al origen

 

En el ajedrez del poder, los peones que avanzan con constancia pueden llegar a coronarse. Pero solo si no se corrompen en el camino. Lo que propone Claudia Sheinbaum no es una jugada brillante de corto plazo. Es una visión de largo aliento: si Morena quiere seguir siendo la fuerza transformadora de México, debe reconquistar la calle con humildad. No desde la cúpula, sino desde el suelo. No con promesas, sino con presencia. No con marketing, sino con verdad.

 

La carta no solo marca el tono del nuevo liderazgo, sino que fija las reglas del juego interno de Morena: humildad como virtud política, austeridad como principio de gobierno, y la calle como tablero principal donde se disputa la legitimidad. Frente al ruido de los ambiciosos y la tentación del poder sin alma, Sheinbaum plantea una política con raíz, con ética, con horizonte.

 

Porque en 2027 no bastará con ganar encuestas. Habrá que ganar de nuevo el corazón del pueblo. Y para eso, la única estrategia invencible es la más antigua de todas: tocar puertas, escuchar con atención y caminar al lado del pueblo. Casa por casa, paso a paso, sin olvidar jamás de dónde venimos ni a quién debemos servir.

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