La marcha que quiso ser Generación Z… y terminó siendo un sábado boomer

La marcha que quiso ser Generación Z… y terminó siendo un sábado boomer

“Una narrativa que no encuentra un cuerpo social que la encarne, se desmorona aunque esté diseñada para volverse viral.” Henry Jenkins,

La mañana en que la narrativa se rompió

La política mexicana tiene días en que se delata sola. El 15 de noviembre fue uno de esos momentos. Una marcha vendida como el rugido juvenil de la Generación Z terminó convirtiéndose en un sábado boomer lleno de sombrillas, chalecos y celulares viejos tratando de grabar en vertical. Una coreografía improvisada que reveló algo más profundo: el intento fallido de fabricar juventud desde la nostalgia de la oposición.

Más de 90 millones de pesos en redes, campañas con influencers, cuentas recién creadas… y aun así, la juventud brilló por su ausencia. La calle, siempre más honesta que cualquier consultor, habló: los jóvenes no estaban ahí.

La diferencia entre una marcha real y una marcha inventada

México reconoce una marcha auténtica cuando la ve. Las del secuestro bajo Fox, las de madres en tiempos de Calderón, Ayotzinapa bajo Peña Nieto… todas nacieron del dolor.

El 15N no nació de la indignación, sino del marketing político.

Lo entendieron rápido los movimientos genuinos. El Movimiento del Sombrero y colectivos juveniles reales se deslindaron sin dudarlo:

“Esa marcha no es nuestra.”

Ahí murió la narrativa juvenil.

La oposición confundió estética con política

El error fue creer que la juventud es un filtro neón, una canción electrónica y un hashtag agresivo. Pero la Generación Z mexicana se mueve por causas reales: justicia climática, educación accesible, salud mental, seguridad comunitaria, futuro.

Nada de eso estaba en el 15N.

El resultado fue inevitable: una coreografía improvisada que se volvió comedia involuntaria.

El Gobierno también sintió el golpe

Mientras la marcha se disolvía en contradicciones, el Gobierno enfrentaba su propio flanco. Las imágenes de policías golpeando manifestantes tensaron la narrativa oficial.

La respuesta fue inmediata: Adán Augusto López y Ricardo Monreal aparecieron juntos, algo inusual en el ecosistema morenista.

Había que cerrar filas.

Monreal acusó una “embestida de la derecha más oscura, incluso con apoyo internacional”.

Luisa María Alcalde completó el triángulo retórico contra “usureros vendepatrias”.

No era improvisación: era contención política.

Señalar para desactivar: los nombres detrás de la marcha

El Gobierno aprovechó para exponer a los convocantes reales:

Claudio X. González, Roberto Madrazo, Mauricio Tabe.

Ninguno menor de 60 años.

Ninguno Gen Z.

Ninguno capaz de representar una lucha juvenil.

La contradicción era evidente.

Entonces apareció la Generación Z verdadera

Y cuando parecía que todo quedaría en una anécdota, la Generación Z auténtica irrumpió en escena con una convocatoria propia:

20 de noviembre, 11:00 AM, Centro Histórico.

Ahora sí: jóvenes en carne y hueso con demandas claras:

— paz

— justicia

— seguridad

— liberación de detenidos

— mejores condiciones de vida

Y una advertencia que heló a más de uno:

“Si no nos escuchan, subiremos el tono.”

La diferencia con el 15N era abismal:

esta vez había causas, había estructura emocional, había sujeto político.

Pero también había un problema mayor.

El aviso que pocos escucharon: la tensión del 20N

El 20 de noviembre no es cualquier día: coincide con el desfile militar, uno de los rituales más sensibles del Estado mexicano.

Y aquí entra el mensaje —crudo, circulado en chats políticos y análisis discretos— que sintetiza el riesgo:

“Los jóvenes de la llamada Generación Z han cometido otro error: citar a una marcha mañana contra la inseguridad y clamar justicia al gobierno.”

¿Por qué error? El mensaje continúa:

“Porque el desfile militar es sagrado y no pueden enfrentarse a las Fuerzas Armadas so riesgo de ser reprimidos como el 2 de octubre de 1968.”

La comparación es fuerte, pero revela la advertencia:

marchar el día del desfile significa entrar en terreno simbólico y táctico del Estado.

El texto remata con un análisis que ya varios operadores políticos dan por hecho:

“El poder ya tiene lista la estrategia: les cerrará el paso con el fin de encajonarlos sobre Paseo de la Reforma, entre el Ángel de la Independencia y la glorieta donde estaba la palma.”

Es decir:

— no llegarán al Zócalo,

— no habrá contacto con el desfile,

— serán encapsulados.

No es casualidad: es cálculo.

Una delgada línea entre oportunidad y crisis

Para el Gobierno, el 20N es un reto monumental:

escuchar a los jóvenes antes de que la protesta escale a una crisis simbólica mayor.

Para la oposición, es un espejo incómodo:

los jóvenes marchan por causas, no por consignas prestadas.

Última escena: la frase que lo resume todo

Al final del 15N, dos boomers murmuraban frustrados:

“Los chavos ya no entienden nada.”

A unos metros, un joven en patineta los escuchó.

No los miró siquiera. Solo dijo:

—“La que viene sí es nuestra.”

Y ahí quedó sellada la verdad:

La oposición intentó fabricar una generación.

La verdadera está a punto de aparecer.

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