La marea rosa y el laberinto de su propia narrativa

La marea rosa y el laberinto de su propia narrativa

La política es el arte de construir realidades compartidas a través de la palabra. Cuando un movimiento pierde la capacidad de conectar con las preocupaciones de la ciudadanía, se hunde en la irrelevancia. Esto es lo que ha sucedido con la llamada "Marea Rosa", un movimiento opositor que, lejos de representar una alternativa viable en la arena política mexicana, se ha convertido en una caricatura de su propia desconexión con la realidad. 

La reciente manifestación frente al Instituto Nacional Electoral (INE) y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) fue un claro ejemplo de esta disociación. La escasa asistencia, con menos de mil personas, refleja una profunda incapacidad para movilizar a las masas. La oposición ha fallado en lo más elemental: enraizar su discurso en las preocupaciones cotidianas del pueblo. En lugar de ello, ha optado por una narrativa vacía, construida sobre un alarmismo que no resuena con la realidad vivida por la mayoría. 

El discurso de la Marea Rosa gira en torno a la presunta sobrerrepresentación de Morena en el Congreso. Sin embargo, esta crítica se basa en una interpretación sesgada y errónea del artículo 54 constitucional. La oposición ha ignorado el hecho de que las reglas del juego fueron establecidas durante sus propios gobiernos. La sobrerrepresentación no es un invento de Morena; es el resultado de reformas constitucionales aprobadas en 1996 y 2008, impulsadas por los mismos partidos que hoy critican el sistema. 

Aquí radica el problema central: la falta de una propuesta alternativa coherente. La oposición se limita a criticar sin ofrecer una solución clara, quedando atrapada en su propia maraña discursiva. Han dejado de lado la importancia de la construcción política, de ofrecer una visión de futuro que inspire y movilice. En lugar de eso, han optado por la descalificación y la victimización, desconectándose aún más del electorado. 

El movimiento opositor ha fracasado en entender que el control de la narrativa es fundamental para el éxito político. Morena, por su parte, ha sido hábil en manejar la situación. Al presentar a los magistrados electorales como parte de una élite corrupta y alejada de los intereses populares, ha desviado la atención del debate técnico sobre la sobrerrepresentación y ha ganado terreno en la percepción pública. La narrativa de la corrupción ha sido su herramienta para consolidar el poder y deslegitimar a sus críticos. 

Este fracaso de la Marea Rosa también pone en evidencia la falta de autocrítica dentro de la oposición. En lugar de revisar sus errores y replantear su estrategia, continúan repitiendo las mismas tácticas que los han llevado al borde de la irrelevancia. La insistencia en una narrativa desconectada y la ausencia de liderazgos renovados son síntomas de un movimiento en decadencia. 

La oposición debe entender que el control del lenguaje y la presentación de alternativas viables son esenciales para recuperar relevancia. Sin una narrativa que conecte con las necesidades reales del pueblo, están condenados a continuar su declive. La política no se trata solo de oponerse; se trata de construir, de ofrecer una visión que inspire y movilice. Si la Marea Rosa no logra adaptarse y renovar su enfoque, seguirá siendo un ejemplo de cómo una narrativa vacía puede conducir al fracaso político. 

El movimiento de la Marea Rosa, en su actual forma, simboliza una oposición que no ha aprendido de sus errores, que se aferra a una narrativa desfasada y que carece de una visión clara para el futuro de México. Sin un replanteamiento serio, seguirán siendo un movimiento sin rumbo, incapaz de competir con un gobierno que, a pesar de sus críticas, ha sabido mantener el control del debate político. 

El fracaso de esta manifestación no es solo un problema de organización; revela una crisis ideológica y estratégica dentro de la Marea Rosa. Esta coalición de partidos que alguna vez tuvieron un peso significativo en la política mexicana, como el PAN, PRI y PRD (que desapareció en 2024), se enfrenta a una creciente irrelevancia. En lugar de renovar su discurso y adaptarse a las nuevas realidades, los jóvenes líderes del extinto PRD buscan cobijarse en la Marea Rosa, perpetuando un ciclo de desvinculación con la realidad política y fracaso del movimiento. 

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