La política como droga

La política como droga

La política como droga: el poder que consume a quienes lo ostentan

“El yonkie político cree ser indispensable, pero la verdadera política nace de la pluralidad, no de la herencia.”

En el teatro de la política contemporánea, los actores principales no siempre son los más capaces, sino quienes pertenecen a un círculo cerrado donde los apellidos funcionan como un pasaporte al poder. Este fenómeno, aunque disfrazado de meritocracia, representa una de las mayores amenazas para la democracia moderna: la politización del linaje y la perpetuación de las élites familiares en el control de las instituciones.

A lo largo de la historia, las dinastías políticas han moldeado sistemas de gobierno en diferentes partes del mundo. Desde los Kennedy en Estados Unidos hasta los Gandhi en India, los ejemplos abundan. Pero lo que en el pasado podía justificarse como parte de sistemas monárquicos o aristocráticos, hoy revela las fisuras de las democracias contemporáneas. Los espacios de poder se convierten en un patrimonio familiar, un negocio hereditario que margina las voces nuevas y perpetúa estructuras excluyentes.

De la pluralidad al monopolio familiar

En muchas democracias modernas, las elecciones son vistas como un ejercicio de pluralidad, un momento en el que el pueblo decide. Sin embargo, este ideal se enfrenta a una dura realidad: las mismas familias, bajo distintas banderas políticas, tienden a monopolizar los cargos. Los apellidos no solo representan poder; también funcionan como marcas que generan confianza en el electorado.

El hijo que hereda la figura paterna, la esposa que accede al poder como una extensión del esposo, o el sobrino que aparece como una cara nueva pero pertenece al mismo círculo de influencias, son patrones que se repiten. Este sistema se sostiene por una narrativa construida cuidadosamente, donde el linaje es asociado a estabilidad, experiencia y continuidad. Pero lo que se presenta como mérito es, en realidad, un mecanismo de exclusión.

La narrativa del imprescindible

Este fenómeno se exacerba cuando el poder político se transforma en una adicción. Al igual que un yonkie racionaliza su dependencia, los líderes políticos adictos al poder construyen una narrativa que legitima su permanencia. Argumentan que solo ellos tienen la capacidad de gobernar, que su salida del escenario significaría el caos.

El yonkie político no es solo una figura dependiente del poder, sino también un arquitecto de su propia mitología. Se rodea de un círculo cerrado de aduladores que refuerzan su ego y sus decisiones, aislándolo de la crítica y del debate público. La política, en lugar de ser un espacio de construcción colectiva, se convierte en un monólogo donde la alternancia es vista como una amenaza y no como una oportunidad.

El negocio familiar de la política

Este círculo familiar no solo perpetúa la exclusión de nuevos liderazgos, sino que también transforma la política en un negocio. El acceso a cargos públicos se convierte en una estrategia para consolidar redes de poder económico, repartir beneficios y mantener el control sobre recursos clave. Este fenómeno no es exclusivo de Querétaro, de México, de países en desarrollo; ocurre en todas las democracias donde el apellido tiene más peso que el mérito.

Las consecuencias de este modelo son profundas. En lugar de innovar, las políticas públicas tienden a ser conservadoras, diseñadas para mantener el status quo, los partidos políticos se cierran a la ciudadanía. Los liderazgos emergentes, que podrían aportar nuevas perspectivas, quedan marginados. Así, se genera una desconexión entre la clase política y las demandas ciudadanas, debilitando la confianza en las instituciones democráticas.

Narrativas del poder: El lenguaje como herramienta de control

Para mantener este monopolio, las élites familiares construyen narrativas que justifican su presencia constante en el poder. El lenguaje no solo describe la realidad, sino que la moldea. Los discursos de estas dinastías suelen apelar a la estabilidad, la experiencia y la continuidad como valores esenciales, invisibilizando la necesidad de cambio y renovación.

En este contexto, la ficción juega un papel crucial. Como argumenta Andrew C. E. Franklin en Narrativas del poder: El papel de la ficción en la política moderna, las historias que contamos sobre el poder no son neutrales. La idea de que ciertos apellidos son “indispensables” para el bienestar del país es una ficción política que se convierte en realidad a través de la repetición y la aceptación social.

El poder como adicción: Cuando la política pierde su rumbo

La adicción al poder no solo afecta a los líderes, sino también a las instituciones que dependen de ellos. Como argumenta Paul A. J. Morris en El poder de la narrativa, la concentración de poder en manos de una élite familiar genera un efecto de desgaste institucional. Las decisiones dejan de responder a las necesidades colectivas y se orientan hacia la autopreservación del grupo en el poder.

El resultado es una política autoritaria, donde la diversidad de voces es vista como una amenaza. Las críticas son deslegitimadas, y las instituciones se convierten en herramientas al servicio de una narrativa única. Este fenómeno, lejos de ser un error aislado, es un síntoma de un sistema que necesita una renovación urgente.

Rompiendo el círculo: La necesidad de una política inclusiva

Para superar este modelo de política hereditaria y adictiva, es necesario abrir las puertas del poder a nuevas voces. Esto implica transformar las estructuras que privilegian a las élites familiares y construir un sistema verdaderamente inclusivo.

La alternancia en el poder no debe ser vista como una amenaza, sino como un requisito para la salud democrática. Como señala Michel Foucault en La construcción de la realidad social, el poder debe ser entendido como un espacio dinámico, donde las estructuras se cuestionan y se renuevan constantemente.

Esto requiere una ciudadanía activa, capaz de cuestionar las narrativas que perpetúan las dinastías políticas. También implica fortalecer las instituciones para que sean verdaderos espacios de representación y no meros instrumentos al servicio de las élites.

Conclusión: Hacia una democracia madura

El yonkie político cree que es indispensable, pero la verdadera política se construye en la pluralidad, en el debate y en la capacidad de cambiar. Las democracias maduras no se sostienen en apellidos, sino en ideas y proyectos colectivos.

Recuperar la política como un espacio de inclusión y renovación no es solo una tarea urgente, sino una condición necesaria para el futuro de nuestras democracias. Solo cuando el poder se entienda como un medio y no como un fin, podremos hablar de sistemas políticos verdaderamente representativos y saludables.

En palabras de Pablo Iglesias en Disputar la democracia: “El poder que no se comparte se convierte en una carga para quien lo ostenta y en una amenaza para quienes lo padecen”. Es hora de liberar a la política de los apellidos y devolverla a donde pertenece: al pueblo.

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