Ruido sordo

Ruido sordo


“Ay de los que dictan leyes injustas y prescriben tiranía.”
— Isaías 10:1

Por Victoria Aburto
Desde la trinchera donde duele el silencio.

1. Mucho ruido, poca justicia
En Tlaxcala nos acostumbramos al ruido. Ruido en los discursos, en los informes, en las conferencias de prensa. Ruido en las redes sociales, en los pasillos del poder, en las campañas que repiten promesas huecas como si fueran mantras. Pero ese ruido —ese que parece acción— en realidad es sordo. No escucha, no atiende, no transforma. Solo simula.

Nos dicen que todo va bien, que se están “redoblando esfuerzos”, que “no hay impunidad”, que “se está investigando”. Pero el pueblo no necesita más frases hechas. Necesita resultados, justicia, coherencia. Y eso, aquí, sigue sin llegar. Todos hablan. Todos prometen. Todos posan. Pero en ese ruido ensordecedor, lo verdaderamente importante se pierde. Lo esencial se ahoga.

El pueblo, mientras tanto, sigue esperando. La justicia no llega. La salud no mejora. La pobreza no cede. La impunidad avanza. Nos han enseñado a vivir con el eco de las palabras vacías. A sobrevivir entre discursos, mientras las necesidades no se cubren, las violencias no cesan, y los poderosos se blindan del dolor que no les pertenece.

2. Tlaxcala no necesita más discursos
Tlaxcala no necesita que le hablen bonito. Necesita que le hablen claro. Porque mientras los funcionarios hacen giras y cortan listones, en los barrios la gente corta días para ver si le alcanza la comida. Mientras en el Congreso local se pelean por quién sube primero a tribuna, en los hogares se pelean por ver quién deja de estudiar para que otro trabaje.

Las autoridades llenan los micrófonos de palabras, pero vacían las calles de soluciones. Porque es fácil hacer ruido desde una oficina alfombrada. Lo difícil es escuchar el murmullo desesperado de una madre que busca a su hija desaparecida. O el suspiro de una mujer golpeada que no encuentra refugio. Eso no lo escuchan. Eso no entra en sus estadísticas alegres.

3. Donde el ruido mata y el silencio entierra
En Tlaxcala, no solo nos matan las balas: nos mata el abandono, el desprecio institucional, la simulación disfrazada de gobierno. Aquí el ruido no es vida, es anestesia. Campañas vacías, informes maquillados, promesas recicladas. Ruido que distrae, que cubre la podredumbre, que tapa lo urgente con lo irrelevante. Ruido para que nadie vea cómo se cae el estado desde adentro.

¿Y qué pasa mientras tanto?
Una generación entera está siendo arrojada al vacío. Jóvenes que terminan la prepa sin opciones. Universitarios que regresan a casa con un título y sin trabajo. Miles que migran, no porque quieran, sino porque Tlaxcala les cerró todas las puertas. Otros se pierden en lo peor: narco, trata, explotación sexual, redes de trabajo esclavo. Y si no caen ahí, caen en la depresión. Se apagan. Se rinden. Nadie les habla, nadie los nombra, nadie los salva.

Aquí, ser joven y pobre es crecer con la soga al cuello. Y si eres mujer, esa soga viene marcada desde que naces. Porque la violencia de género no es excepción, es regla. Porque en este estado las mujeres desaparecen, son explotadas, asesinadas… y lo único que reciben es silencio. O peor: culpa.

Y cuando alguien alza la voz, ¿qué hacen las instituciones? Nada. Absolutamente nada. Se esconden detrás de escritorios, expedientes, ventanillas cerradas. Hacen que hacen, pero no resuelven. Dicen que investigan, pero no encuentran. Acompañan con discursos, pero no con acciones. Aplazan, archivan, callan. A las víctimas las arrastran por un camino burocrático diseñado para desgastar. Para que se cansen. Para que se callen. Para que desaparezcan dos veces: en la calle y en el sistema.

Esto no es incompetencia. Es complicidad. El poder no es sordo por error. Es sordo por conveniencia. Porque mientras más ruido hacen, menos se escucha el llanto. Menos se nota el hambre. Menos se cuenta a los muertos.

Y lo peor: nadie cae. Cambian los colores, cambian los nombres, pero la impunidad se hereda. La política es una silla giratoria de omisiones. Nadie rinde cuentas. Nadie paga. Nadie responde. El dolor se recicla. La indignación se acumula. Y el pueblo sobrevive, como puede, entre cenizas y silencio.

Aquí no se gobierna. Aquí se administran las ruinas.

4. Lo que suena en las calles no se escucha en los palacios
En los municipios de Apizaco, Chiautempan, Huamantla, El Carmen Tequexquitla y, por supuesto, Tenancingo —señalado a nivel internacional como la cuna nacional de la trata de personas con fines de explotación sexual—, lo que suena no son discursos. Son gritos. Gritos reales. De mujeres atrapadas. De niños que no regresan. De familias que lloran en privado mientras en público todo se niega.

Tenancingo no es una anécdota. Es una vergüenza estructural. Reconocido internacionalmente como la cuna de la trata de personas, se ha convertido en el epicentro de una de las mayores tragedias sociales de México. Las mujeres y niñas son víctimas de explotación sexual y desapariciones, mientras el crimen se encuentra protegido por la indiferencia de las autoridades.

El Carmen Tequexquitla, marginado y olvidado, enfrenta pobreza extrema y falta de oportunidades. La migración es la única salida para muchos jóvenes que huyen del desempleo y la falta de educación. La violencia es mínima en comparación con otros municipios, pero la falta de servicios básicos y el abandono del gobierno crean un caldo de cultivo para el crimen.

En municipios y comunidades más alejadas, más pequeños o remotos, el ruido ni siquiera existe. Porque ni siquiera llegan, ni escuchan, ni les importa. El olvido es total. Y el silencio ya no es solo una falta: es una política.

5. Ser gobierno no es tener micrófono, es tener oído
No se gobierna hablando. Se gobierna escuchando, actuando, respondiendo. Pero aquí, ser funcionario es hablar y hablar sin decir nada. Hacer actos sin impacto. Hacer ruido sin dirección. Y luego regresar a la comodidad del poder, sin la incomodidad de mirar de frente a quienes les confiaron un voto y ahora no tienen ni voz ni voto.

Por eso esta columna existe. Porque en medio de tanto ruido, alguien tiene que escuchar lo que de verdad importa. Y decirlo. Sin términos medios , con claridad, sin miedo.

6. Porque seremos…
Porque seremos la contracara del poder,
la contracara del olvido,
la contracara del silencio.
Y también,
la contracara del ruido que no escucha.

7. Donde el silencio ya es delito
Un gobierno que habla sin escuchar, es un gobierno que se grita a sí mismo. Y un pueblo que no es escuchado, termina hablando con piedras, con bloqueos, con fuego.

Que nadie se confunda: el problema no es la falta de palabras, es la falta de respuestas. Y mientras ellos simulan gobernar desde el estrado, la dignidad del pueblo se sigue desgastando en la fila del IMSS, en el pizarrón roto de la telesecundaria, en la patrulla que nunca llega, en la carpeta de investigación que nunca se mueve.

No hay peor ruido que el de una promesa incumplida.
Y no hay mayor crimen que acostumbrarse a escucharlo todos los días.

Desde esta trinchera, escribimos para romper ese zumbido inútil.
Para que el dolor no quede archivado en un boletín.
Para que el pueblo sepa que no está solo.
Y para que el poder sepa que, aunque no escuche, aquí seguiremos hablando.

Desde el lado incómodo de la historia.
Desde la contracara.

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