
El liderazgo sustituto en el PAN queretano
“El PAN en Querétaro no se rompe por sus adversarios, sino porque sus propios líderes dejaron vacío el poder… y Pancho ya ocupa el lugar que Kuri nunca quiso jugar.”
En política los vacíos rara vez permanecen vacíos. Cuando la autoridad formal se ausenta, otro actor ocupa el lugar y redefine las reglas del juego. Eso ocurre hoy en el PAN de Querétaro: mientras el gobernador Mauricio Kuri ejerce el poder administrativo, es Francisco Domínguez quien se ha convertido en el verdadero referente político de la militancia.
El vacío de poder político
Kuri encarna la autoridad legal-racional descrita por Max Weber: su legitimidad proviene del cargo y de la legalidad de su investidura. Sin embargo, la política partidaria no se sostiene solo en el diseño institucional, sino en la capacidad de articular hegemonía, entendida —en clave gramsciana— como la combinación de dirección moral, liderazgo político y capacidad de generar consenso. Kuri ha carecido de este último elemento. Su gobierno se ha concentrado en la gestión técnica, en la administración de obra pública y en la relación con sectores empresariales, pero ha descuidado la relación con la militancia y con los liderazgos intermedios que son el tejido real del partido.
La ausencia de conducción política ha dejado al PAN en un estado de orfandad organizativa: un partido con historia electoral, pero sin dirección estratégica. El Comité Directivo Estatal funciona más como certificador de acuerdos que como árbitro, y el Comité Ejecutivo Nacional mantiene una distancia pragmática. El resultado es un espacio abierto donde cada facción compite por heredar estructuras, sin una narrativa común que las integre.
El retorno de Pancho Domínguez
En ese contexto, Francisco Domínguez emerge como liderazgo sustituto. Aunque no ocupa cargo formal dentro del partido ni en el gobierno, su capital político proviene de tres elementos:
- Redes territoriales acumuladas durante su paso por la alcaldía, el Congreso y la gubernatura.
- Capacidad de movilización militante, basada en vínculos personales con operadores que garantizan presencia en municipios y distritos.
- Narrativa de cercanía, que lo presenta como el dirigente que “sí escucha” y “sí sabe ganar elecciones”.
Su estrategia actual —respaldar simultáneamente a varios precandidatos a la gubernatura— refleja una lógica de diversificación de influencia: al fragmentar el apoyo, garantiza que cualquiera que triunfe en la contienda interna deba reconocer su papel como eje de articulación. Se trata de una jugada de poder que no busca unidad programática, sino centralidad en el tablero.
El juego de poder: cooperación o defección
Desde la teoría de juegos, el PAN atraviesa un dilema del prisionero. Kuri y Domínguez podrían cooperar para fortalecer al partido, pero la desconfianza mutua los conduce a la defección: el primero mantiene distancia, confiando en la fuerza de su cargo; el segundo apuesta a consolidar redes propias sin subordinarse al gobernador. El resultado es un equilibrio de Nash perdedor: cada facción protege su capital, pero el partido, como conjunto, se fragmenta y corre el riesgo de deserciones silenciosas de cuadros intermedios.
Estas deserciones potenciales son quizá el síntoma más preocupante. Exalcaldes, regidores y líderes sociales evalúan opciones fuera del PAN ante la falta de conducción clara. En política, la lealtad no se sostiene con discursos, sino con incentivos y dirección. Cuando estas condiciones desaparecen, el capital humano y organizativo migra hacia espacios donde perciba mayor certidumbre.
La fuga hacia el naranja
La deserción, sin embargo, no es solo un riesgo hipotético: ya se observa un camino trazado hacia Movimiento Ciudadano. Algunos liderazgos medios del PAN se han integrado paulatinamente a las estructuras naranjas, encontrando en ellas un espacio de visibilidad que sienten negado dentro del panismo. El fenómeno se intensifica con renuncias públicas en redes sociales, donde los cuadros hacen explícito su desencanto con la dirigencia blanquiazul.
Este tránsito, que hoy parece aislado, se proyecta como una fuga masiva rumbo a 2027, alimentada por el trato desigual de los liderazgos panistas hacia su militancia. La narrativa del “nuevo movimiento” ofrece a los inconformes una alternativa simbólica y práctica: escapar de las luchas intestinas y sumarse a un proyecto que promete espacios. Para el PAN, cada salida no solo representa la pérdida de un cuadro, sino la erosión silenciosa de su capacidad territorial.
El riesgo de hegemonía invertida
El regreso de Domínguez como factor de unidad plantea una paradoja. Por un lado, ofrece al PAN un referente capaz de ordenar la contienda interna en ausencia del gobernador. Por otro, desnuda la fragilidad de la institución: el partido depende de un liderazgo personal que, sin cargo, acumula mayor centralidad que el titular del Ejecutivo. En términos gramscianos, es un caso de hegemonía invertida: la dirección política no reside en el Estado ni en las instituciones, sino en una figura que opera desde fuera de ellas.
Este fenómeno puede salvar al partido en el corto plazo, pero limita su capacidad de renovación en el largo. La dependencia de un liderazgo sustituto perpetúa la lógica faccional y posterga la construcción de un proyecto colectivo.
Última escena
Hay, sin embargo, un escenario posible y probable donde el PAN puede salir fortalecido. Si deciden compartir espacios —como ocurrió en 2021, cuando se repartieron candidaturas y territorios bajo un pacto implícito— el partido puede recomponer su disciplina interna. Ese reparto no resuelve las diferencias, pero ordena las lealtades y evita fugas. La clave estaría en que las facciones acepten reglas mínimas de cooperación: candidaturas balanceadas, compromisos territoriales y un acuerdo de no agresión en la contienda.
La coyuntura local juega a favor: Morena enfrenta sus propias divisiones internas, con estructuras desmotivadas, con tribus que se disputan espacios y liderazgos sin un mando claro. Si el PAN logra traducir su pacto interno en movilización territorial, podría presentarse como la opción más cohesionada, pese a sus fisuras.
El probable desenlace, en ese escenario, sería una victoria panista sostenida no en la unidad orgánica, sino en la unidad pragmática: una suma de facciones disciplinadas bajo un mismo paraguas. No es el ideal de partido renovado, pero sí la estrategia que, al menos en Querétaro, puede garantizar que el PAN mantenga el poder frente a una oposición debilitada.
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