
Estrategias del Juego del Poder Político: Querétaro y el síndrome de la derrota
“Querétaro: el estado 32… y el último en Morena. Si no pueden levantar la estructura mínima, ¿cómo piensan disputar el poder?”
Hay verdades que arden como brasas en la palma de la mano, y en política no hay espacio para el autoengaño: Morena en Querétaro ocupa el lugar 32 en número de afiliados a nivel nacional. Último. Y el último lugar no es una anécdota; es un diagnóstico. Es la prueba de que no existe estructura, liderazgo ni narrativa que articule a las bases. Es la fotografía de un partido dividido, fracturado, donde cada grupo jalonea en direcciones opuestas mientras el PAN sigue marcando el ritmo del poder.
Los números son fríos, pero el poder es implacable. En Chihuahua, Morena tiene a una Andrea Chávez que aprendió a incendiar las plazas y disputarle el territorio al PAN; en Aguascalientes, Arturo Ávila se atrevió a desafiar al orden establecido; en Nuevo León, Tatiana Clouthier construye una narrativa que mueve conciencias. Pero en Querétaro no crecieron operadores ni liderazgos de ese calibre. Aquí Morena aprendió a obedecer al PAN, a convivir con sus reglas, a sobrevivir bajo su tutela sin cuestionar el poder local.
No hay rebeldía, hay disciplina. Y esa es la primera señal de que Morena no ha aprendido lo que significa disputar un bastión político. Parafraseando al panista y exgobernador Pancho Domínguez, con esa sonrisa helada de quien conoce las entrañas del sistema: “Aquí se sometieron al PAN y obedecieron entregándonos candidaturas a modo”.
Andrés Manuel López Beltrán, operador en la sombra de la 4T, carga con un dilema que le quita el sueño. En Querétaro no hay un liderazgo natural al que pueda encomendarle la misión de tomar la plaza. No hay estructura que sostenga la campaña, ni cuadros que inspiren lealtad y confianza. Y la herida más reciente todavía supura: Durango. Allí, Morena creyó que la marca y la ola guinda eran suficientes para derrotar a las élites locales. Pero la soberbia les costó caro: la falta de organización territorial y de narrativa propia los arrastró al fracaso. Hoy, esa misma amenaza se cierne sobre Querétaro como un espectro.
Un partido en coma
La realidad es que Morena en Querétaro parece más un club de aspirantes que una fuerza política. Hay operadores que no operan, militantes que no militan y dirigentes que no dirigen. El territorio está vacío: no hay comités de base sólidos, no hay presencia en las colonias, no hay una narrativa que conecte con las clases medias ni con las periferias urbanas.
Y sin territorio no hay poder. Sin músculo no hay movilización. En política, el voto no se decreta desde la dirigencia; se construye casa por casa, barrio por barrio, conversación por conversación. Pero aquí Morena se acostumbró a la comodidad de la marca López Obrador y a la disciplina del PAN. Se olvidaron de que el poder no se hereda: se disputa.
Morena no tiene una visión clara para Querétaro. No hay un relato que articule a los descontentos, ni un proyecto que seduzca a las nuevas generaciones. Acción Nacional sigue ocupando todos los espacios de poder: las instituciones, los medios tradicionales. Morena está jugando en terreno enemigo sin plan de batalla, aun cuando dominen las redes. Empiezan a emerger en las redes y en las calles voces que creen que existe una tercera vía.
El síndrome de Durango
El síndrome de Durango es eso: la combinación letal de soberbia, improvisación y ausencia de estrategia. Creer que el poder es inevitable, cuando en realidad es una conquista diaria. Querétaro, a los ojos de Palacio Nacional, se parece demasiado a ese escenario, aun cuando el gobernador, sin narrativa política, sin operadores políticos que impongan, les pone la alfombra roja.
Aquí Morena no tiene una Andrea Chávez que se la juegue en el territorio. No hay un Arturo Ávila que conecte con la clase media y popular ni una Tatiana Clouthier que teja alianzas. Aquí hay grupos que se vigilan unos a otros, que esperan la orden desde arriba, pero que no entienden que la política no es obediencia ciega sino capacidad de tomar riesgos en lo local.
El peso del último lugar
Morena Querétaro está en el último lugar en número de afiliados. No logran ni siquiera cumplir la meta programada de afiliación. Si no pueden con lo mínimo, difícilmente podrán con la gubernatura. Y eso es devastador, porque en política las percepciones son armas: el adversario ya huele la debilidad de Morena.
Sin operadores motivados, sin narrativa, sin liderazgo real y sin músculo territorial, Morena corre el riesgo de ser un espectador en 2027. No basta con designar a un candidato. La candidatura no es un acto administrativo; es el resultado de una construcción política. Aquí Morena no ha construido nada. Hay ruinas.
Última escena
En política, el último lugar es más que un número: es una sentencia. Querétaro está frente a su hora más oscura. Si Morena no puede levantar una estructura mínima, si no puede articular un liderazgo real, si no puede sembrar insumisión en las bases, está condenado a repetir la historia de Durango: una derrota que será leída como claudicación.
El tablero está dispuesto. En Querétaro, Morena tiene que decidir: o se reinventa y construye un partido real con operadores que quemen las naves, o seguirá siendo un eco apagado de lo que un día prometió ser. En política no hay espacios vacíos: el que no tiene estrategia, será estrategia de otro.
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