Errante y generoso, así recuerdan en Juchitán, Oaxaca, al pintor zapoteco Delfino Marcial

Errante y generoso, así recuerdan en Juchitán, Oaxaca, al pintor zapoteco Delfino Marcial

Natalia, su hija, recuerda que el artista iba a todos lados con sus pinceles y colores y se convirtió en el segundo padre para muchos jóvenes que iniciaban en el arte

 

Errante, desprendido de lo material y generoso, así describe Natalia Marcial a su padre, el artista juchiteco Delfino Marcial Cerqueda, mientras revisa los álbumes de fotos, carpetas, libros, libretas y bocetos que dejó desperdigados, en aparente desorden, en la mesa del comedor y en el estudio de la casa familiar antes de su muerte, el  martes 22 de marzo en la ciudad de Juchitán, en la región del Istmo de Tehuantepec.

Todo en su casa está como lo dejó. Por ejemplo, sobre la mesita de lectura destaca una fotografía donde aparece el artista con un grupo de amigos, sobre el rostro de uno de los personajes está colocada una lupa, que agranda la imagen del antropólogo Guido Münch, quien murió el 6 de mayo de 2021.

La intención de Delfino Marcial era dibujar a su amigo investigador en su primer aniversario luctuoso, pero ese proyecto no se concretó.

Su hermana Gloria Marcial lo recuerda sentado en el patio de la casa de su madre, Marcelina,  durante sus vacaciones en Juchitán en los años 80, cuando era estudiante de la Escuela  Nacional de Artes Plásticas de San Carlos (UNAM). En ese espacio enseñaba dibujo a los niños de su cuadra y les leía cuentos. 

Su hermana evoca que desde adolescente mostró sus primeros pasos en el dibujo, pero no fue hasta que estudió arte cuando exhibió todo el potencial creativo que tenía.

“Mis papás lo mandaron a estudiar contaduría a la Ciudad de México, pero lo abandonó al año para estudiar en San Carlos; ante el miedo de la reacción de mis padres, Delfino desapareció dos años. No supimos de él, apareció ya siendo alumno de arte, a partir de allí no dejó el dibujo hasta el día de su muerte. 

 

 

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“Lo recuerdo robándole los tintes alemanes que mi padre tenía en su tienda de materias primas para joyeros y coheteros, que usaba para enseñarnos a pintar en el patio. Fueron tiempos felices con mi hermano”, rememora Gloria Marcial, después del novenario del artista en Juchitán.

A Delfino Marcial le tocó la época de gran auge político y cultural en Juchitán con el nacimiento de la Coalición Obrera, Campesina, Estudiantil del Istmo (COCEI) y la Casa de la Cultura de la ciudad, en los primeros años de la década de los 70, de la mano de grandes artistas como Francisco Toledo, Macario Matus, Víctor de la Cruz y Elisa Ramírez, entre otros. 

Durante los años más álgidos y violentos de este movimiento en el Istmo, el artista se refugió en la ciudad de Oaxaca con su familia; allí dio clases de arte en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca (UABJO), en ese nuevo ambiente conoció a otros artistas y comenzó a comulgar con las ideas socialistas y trotskistas.

Posteriormente, abandonó el estado y se fue a vivir a Chiapas, en donde siguió con sus propuestas en la pintura, pero ya con una visión más apegada a las culturas originarias, sin abandonar el misticismo. 

A su regreso a Juchitán, volvió la mirada a sus ancestros y a los primeros hombres zapotecas, a los espacios y elementos sagrados que dan identidad a los binnizá, lo que se aprecia en su obra de aquella época.

“Mi papá tuvo varias épocas, pero creo que la mejor fue en los años 90, cuando regresa al origen de los zapotecas, retoma muchos elementos sagrados y los apropia en sus trazos. 

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“Mi padre fue un hombre errante, lo mismo tenía un taller en Juchitán como lo tenía en Chiapas o donde fuera, él cargaba sus pinceles y colores, porque siempre pintaba. Cuando tuvo que elegir entre el arte y la familia, eligió el arte, y qué bueno que lo hizo, porque fue feliz pintando”, narra Natalia Marcial.

En los últimos 15 años, Delfino Marcial convirtió su casa en un centro cultural llamado La Cohetera, en la Cuarta Sección de Juchitán, destinado a cobijar no sólo el trabajo de los jóvenes creadores, sino a darles un techo donde dormir y convivir.

Fue así como se convirtió en un segundo padre para muchos jóvenes que comenzaban en el mundo del arte. 

Su muerte, a los 72 años de edad, causó un gran dolor a muchos artistas que encontraron en él no sólo a un maestro que compartía sus conocimientos, sino a un amigo generoso y solidario.

A lo largo de su vida, el artista  participó en una larga lista de exposiciones colectivas e individuales en espacios reconocidos en el mundo del arte en diversos rincones del mundo.

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Entre los lugares que alguna vez albergaron su obra están el Centro Cultural La Recolecta, promovida por la Asociación de Artistas Papeleros de Buenos Aires, Argentina; el Club Latinoamericano de Papeleros, impulsada por la ABPTC-31°.

Así como el Congreso Internacional Industria Celulosa y Papel, en Sao Paulo, Brasil; la Galería Frida Kahlo, en Sinaloa; la Galería Artists Unlimited, en Bielefeld, Alemania, y en el Museo Universitario del Chopo-UNAM, en la Ciudad de México.

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